La odisea
“Este es un grupo con un principio y un final. Llegará un momento en que nos demos cuenta de que estamos agotados. Entonces lo dejaremos y ya está. Y no creo que sea dentro de 10 años, será mucho antes”. Con estas palabras, Meg White auguraba el desenlace de la mayor banda de rock del nuevo siglo: The White Stripes. Pero esta es una historia que se presta a la épica, comencemos por el principio.
Jack White (John realmente) ejercía de tapicero en Detroit, a tiempo parcial, mientras repartía su talento en bandas locales como batería, entre ellas «The Upholsterers» (Los tapiceros). Tocando en la trastienda cuando cerraba el taller, moldeaba su estilo, enérgico, delirante como un puñetazo en la cara y siempre tomando como base el blues: “el blues es lo más importante que hay en el mundo para mí, considero que toda la música que he hecho es blues”. Así pues, mientras toda una generación de chavales tocaban guitarras de 7 cuerdas con chándal y tatuajes, el pequeño Jack desmenuzaba el dolor de los viejos músicos de blues en infames grabaciones, con Blind «eye» Lemon y Muddy Waters como ídolos en su nueva religión.
En el 96 se casó con Meg y en el 97 empezaron a tocar juntos. Durante su divorcio, sacaron su primer disco: un hijo muy querido de un matrimonio roto. Se trataba de un disco homónimo que sacaba lo mejor del blues, del rock y del punk, grabado en casa, en lofi. Era un disco que, con un lenguaje lo más conciso posible, lo decía todo. Era, en definitiva, un tropel de sentimientos, sensaciones e instinto logrados tan solo con una guitarra y una batería. En plena era de los presets, sintetizadores, teclados midi y procesadores racks de efectos como neveras de dos puertas, un despeinado Jack y su chica hacían tambalear la industria musical desde la base.
Y es en este momento cuando comienzan las manías de Jack: tres colores, rojo, blanco y negro (según él, los más fuertes); nunca set list en los conciertos, el orden se decide según surja; nada colocado a mano; cruzar el escenario para tirar la guitarra mientras se estira hacia el teclado y grita a un lejano micrófono. Todas sus «manías» lograban dotar al show de espontaneidad, fuerza y toda esa energía que supone el blues. También habría que añadir una extraña obsesión por el número 3 («El tercer hombre», 1949, le obsesiona). Su nombre, Jack White III, tres colores, tres acordes tiene el blues…. sigan contando. Además de incluir la palabra “Little” en una canción de cada disco.
Según giran y giran, Jack, adicto al trabajo, y la silenciosa Meg graban “De Stijl”, un disco más orientado a la canción popular americana, con su carga de ruido, acercándose al sonido garage, grabado en directo en 8 pistas y con fecha límite para forzar más aun el proyecto.
Pero nadie estaba preparado para lo que iba a ocurrir a continuación: la portada de «White Blood Cells» ya lo auguraba. En ella se ve a los músicos acosados por unas sombras negras que representan al público, a la masividad. El éxito de este disco, coetáneo a “Is this it” de The Strokes, puso a los de Detroit en la primera división en USA y los convirtió en reyes del indie en los circuitos ingleses más «in». Su arriesgada propuesta se había impuesto a la tendencia de la moda y al mainstream, sin perder un ápice de su autenticidad ni ceder a los sonidos más accesibles. Más bien, todo lo contrario, como sacar a Jonh Lee Hooker del infierno y enchufarlo a una torre de alto voltaje. Los riffs que escupe este trabajo recorrieron el mundo entero desde los pantanos del sur americano a la selva de Laos. El mensaje y estilo de los viejos músicos de blues traducido al 2.000 sin corromperlo un ápice. Más que una gesta.
Y justo cuando el mundo estaba a sus pies… llegó ELEPHANT!!!! Pero para eso tendréis que esperar.
(By The Doctor)