Lo que aquí hace meses empezamos a denominar La Ruta de Oporto, esta arriesgada apuesta por una nueva sede para el grandilocuente festival Primavera Sound, culminó su primera puesta de largo este pasado fin de semana.
De resultado final notable, esta primera edición del Optimus Primavera Sound también admite alguna buena crítica que sirva de base para futuras mejoras.
En cuanto a la organización, hay pocos peros a la hora de hablar de precios, horarios ó estructura del recinto. El Parque Cidade es todo un monumento verde junto al Atlántico y para quienes hayan disfrutado alguna vez del belga Rock Werchter, este les será un lugar bastante familiar.
Fueron cuatro escenarios, dos de ellos cercanos y fantásticamente ubicados al final de una pendiente que permitía una mayor visibilidad al espectador. Otro, el de ATP, en un hermoso recinto bien escoltado por decenas de frondosos árboles, quizá el más espectacular. Y por último, la ya siempre clásica carpa cubierta que también sirviera para las madrugadas de djs y bailoteos varios.
El mayor inconveniente que hemos podido observar en comparación con la edición de Barcelona, reside en la lejanía de la mayoría de los hoteles y en la ausencia del PrimaveraPRO. En cuanto al primer asunto, a pesar de las líneas especiales de autobús que la organización dispuso, la vuelta a casa era un trago amargo. Si a ello le sumamos el mal tiempo y la falta de previsión de la organización que ante la lluvia de la jornada del Sábado fue incapaz de acondicionar el escenario donde iba a tocar Death Cab For Cutie (con la consiguiente suspensión y cabreo del respetable), este Optimus queda todavía lejos del sobresaliente y hermano San Miguel de Barcelona.
En cuanto al programa del festival, este arrancó el pasado Jueves con una asistencia algo descafeinada al místico concierto de Atlas Sound. Con Yann Tiersen, el finalmente caballo ganador de este primer día de festival, parece que empezamos a congregarnos unos cuantos más. Llegamos para ver lo que esperábamos: al francés y con una banda sonando en todas sus facetas, divirtiendo a partes iguales entre recitales de violín y cohesionados todos, formando un conjunto de memorable pop multi-instrumental.
Nos fuimos después camino del primer chasco del certamen. The Drums sonaron hace un par de años en Barcelona mucho más vivos, más enérgicos, alocados y originales. Esta vez ni la pose repleta de bailes extravagantes de Jonathan Pierce y Jacob Graham pudieron levantarnos el ánimo. La voz del de Brooklyn sonó insuficiente y fuera de tiempo en muchas ocasiones. El respetable del festival (bastante sosos estos portugueses) tampoco les animó a nada. Me and the Moon, Money, Lets Go Surfing,… grandes canciones pero no en directo (al menos esta vez).
Un perrito caliente, una cerveza (copas no porque eran de absoluto chiste y el ron fuera de españa no es concepto existente), un piti y a ver a Suede.
Gran concierto, muy buen ambiente a medida que pasaban las horas y la gente salía escopetada del trabajo para venir a ver a los ingleses y un espectáculo fuera de ninguna duda pero tampoco de ninguna sorpresa. Vivimos en una nueva época de bajada de pantalones ante los «dioses» de los comienzos del BritPop y la nueva aparición sobre los escenarios de bandas como Suede, Pulp ó The Stone Roses. El cuento milonguero que nos vendieron en las Islas con bandas como Oasis, Elástica, Blur, la entrada del laborismo al Parlamento y la entrada de los Gallagher al número 10 de la londinense Downing Street a menearle las ideas a Tony («Antoñito» para los amigos) Blair,… son sólo eso: una milonga que pasó por cambios mucho menos trascendetales de lo que la música y la sociedad británica nos quiso vender. Aquella noche la banda de Brett Anderson, formada hace 23 años, a muchos de nosotros nos quitó un peso de encima para poder decir: «al fin les he visto!». Anderson lo luchó, bailó, consiguió levantar las manos de los asistentes en dirección al cielo e incluso muchos bailaron y cantaron sus canciones en las primeras filas. Pero la realidad no fue tan bonita. Muchos de los que sentíamos Trash ó AstroGirl como himnos de nuestra juventud, nos quedamos con un gran vacío en nuestro interior. Un gran concierto si no hubiera sido porque siempre te esperas mucho más de quien creíste extraordinario.
Y aunque tampoco son extraordinarios, The Rapture se ganaron el jornal. Pese a que, volvemos a repetir, el público asistente al festival era más soso que un pan sin sal, este fue el primer momento donde la masa optó por desmelenarse de verdad, especialmente cuando sonó el esperado How Deep Is Your Love. Un dulce destello en un Jueves de dispares sensaciones.
Para el segundo día, el más esperado, teníamos un objetivo principal: volver a ver a Wilco y si podemos, como algo secundario, al resto. El Viernes salió el sol y el recinto se llenó de españoles (gallegos en su mayoría), hago mención porque somos la alegría de la huerta y el sol de cada mañana. Sin nosotros, los festivales tienen menos vida. Innegable.
Llegamos para Yo La Tengo pero la suciedad y el ruido no estaba para esa tarde. El sol y el cielo azul reclamaban nuestra presencia en el escenario de ATP para ver a los chicos de Denver. Manteles de cuadros y copas de vino sobre el verde jardín del Cidade para contonearse con el pop nostálgico de Tennis. Presentaron su nuevo álbum y Alaina y Patrick nos siguieron recordando que su Cape Dory del 2011 es una obra maestra del pop independiente.
Rufus Wainright ya había comenzado y pese a perdernos parte de su directo (tristemente también el de The War On Drugs), volvimos a apreciar la importancia del peso de la experiencia, de los años encima de un escenario y de lo agradecido que es llevar a una banda de grandes profesionales a tu alrededor con los que bordar una actuación de primer nivel. Rufus, aunque distraído por los «guapos surfistas en la playa», dió un grandioso recital de música y cercanía con su público. The Flaming Lips hizo todo lo contrario (como en Barcelona el año anterior), muchos papelitos de colores, muchas chicas vestidas de colegialas, mucho show… y poca música. Algunos confunden un concierto con el musical del Rey León.

¿Que cómo estuvieron?, pues como siempre, perfectos. Su directo es tan incofundible como incontestable. La sonrisa de Tweedy ante los ojipláticos oyentes fue un claro gesto de quien se sabe sobresaliente. Abrieron con Art Of Almost pero no se nos hizo el culo pepsi-cola hasta el habitual momentazo Nels Cline en su Impossible Germany. Su música parece fácil, sencilla pero asombrosa. Susurran unas veces, otras son truenos en una perfecta tormenta. Me recuerdan al fútbol de Xavi. Dicen que hacerlo fácil es sin duda, lo más difícil en cualquiera de las artes. Ellos tienen este don, desconocido para el resto de los mortales.
Corriendo y sin saber cómo explicar lo anteriormente vivido, fuimos a por Beach House. Lo situaron en la carpa cubierta, escenario idóneo para recoger la íntima grandilocuencia con que Legrand y Scally nos atrapan en su dream pop de monumentales sensaciones. Los naturales de Baltimore llenaron tanto el escenario que temimos por nuestro físico y no tuvimos otra que aposentarnos entre los altos de césped que había en las cercanías, a una distancia incómoda que desmereció nuestra experiencia con las canciones de su último álbum, Bloom, así como con sus hits más reconocibles de su anterior Teen Dream. Uno de los mejores directos del festival.
Poco después llegaban M83 entre vítores y agasajos. Las buenas críticas hacia su último álbum hizo que allí nos reuniéramos fans, escépticos y despistados. Los fans ensalzaban a dicha banda a cotas desmesuradas, los escépticos afirmaban que este álbum olvida el pop shoegaze que les dieron a conocer y que repite descaradamente la fórmula del glorioso (y mejor aún en directo) In Ghost Colours de Cut Copy y los despistados, ansiaban simplemente escuchar la increíble Midnight City. En mi caso, sin restar méritos a la banda y alabando una más que buena puesta en escena, me sumo al grupo de los segundos, los no creyentes. Lo siento.
Nos despertamos resacosos el Sábado, no para de llover. Un día infumable que aún lo sería más cuando después de un buen rato esperando, la organización suspende el concierto de Death Cab For Cutie. ¿No suele llover en Oporto?, después de todo el día lloviendo, ¿no pueden acondicionar el escenario antes?,…
Un amigo nos comenta: «si pasa esto en España, les tiramos el chiringuito hasta que salgan a cantar!«. No se si era para tanto pero desde luego fue, como poco, lamentable por parte de la banda y la organización. No hay excusa que valga por parte de ambos.
La desilusión era máxima, seguía lloviendo, Alemania ganaba a Portugal y estos seguían con la misma cara de tristeza / perrito pachón, corrían rumores de que nos iban a rescatar en la UE,… todo pintaba muy feo. Otro bocata, otro piti (no había de la risa) y una birra (las copas seguían siendo de chiste y el ron blanco es sólo para guiris). Esperamos a los noruegos y su acoustic-pop artesanal. El ánimo estaba por los suelos pero de repente… a medio concierto sentenciamos: Kings Of Convenience, qué maravilla!.
Erlend y Eirik se presentaron como siempre, sobrios, elegantes, colores pastel y semblante alicaído. Comenzaron con la receta clásica de dos guitarras y un empaste de voces que incluso a veces nos hacen recordar a los legendarios Simon & Garfunkel. Las cabezas del público empiezan a contonearse, las caderas tornan sinuosas y los pies comienzan a desperezarse. La lluvia hace un alto el fuego y cuando llega Boat Behind, los rostros tristes se vuelven sonrisas como blancos abanicos y nuestros ojos recogen el brillo de las gotas de lluvia. Erlend improvisa y susurra acompañado de su guitarra una reflexión: «No sé por qué gusta tanto Kings Of Convenience aquí en Portugal…, será porque entendemos la tristeza del mismo modo?, ó más bien será porque encontramos esa gran felicidad que hay dentro de nosotros cuando estamos tristes?». La muchedumbre reacciona, les tienen en el bolsillo. A poco que hagan, dos orejas y rabo!.
Erlend llama a un batería, dos guitarras más y un violín. Suenan grandes canciones como I´d Rather Dance With You. Los noruegos le dan más de una vuelta a la versión original de muchas de sus canciones. Algunas parecen casi más próximas a The Whitest Boy Alive, el proyecto de música electrónica de Erlend. Nada es lo que parece y por momentos, los miles allí presentes bailan más (y mejor) que con bandas formuladas expresamente para ello como M83 o The Rapture. Kings Of Convenience le dan un manotazo en la nuca a quienes piensan que sólo se puede bailar con un prototipo de música convenido. Erlend tira de historia (ya lo hizo en su último concierto en Madrid hablando de la Guerra Civil y cómo su abuelo, reportero de prensa, lo vivió aterrorizado), se acuerda de aquellos valientes portugueses que por alguna razón llegaron a una tierra llamada Brasil, lugar donde se crearía a finales de los años 50 una de las influencias más notables en su música, la bossa nova. Por supuesto hay bis, la gente los reclama entusiasmados. Terminan con su formato original de dos guitarras, dos voces. La gente sonríe. Aquí si que no hay lugar para escépticos: el mejor concierto del festival (que Wilco nos perdonen).
Nos acercamos a ver a St. Étienne y el comienzo de The XX… pero la noche ya no estaba para eso. Nosotros seguíamos jóvenes y felices cantando… «Whoooo-oooh-oooooh-oooh… ohhh-ooh-oooh!, I could never beloooong too youuuu uuu uuu uuuuu!«
Repetiremos (pero haciendo doblete junto a Barcelona)!.
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