En 2018 «El Mal Querer» (Sony Music) la convirtió en la gran revelación. No solo del año. Este disco marcaría un antes y un después. La imagen de Rosalía conquistaba la pantallas de Times Square. Con el público y la crítica a sus pies, la artista catalana presentaba al mundo un álbum revolucionario de una calidad encomiable fusionando el flamenco con la música moderna. Pura experimentación. Detrás de gran parte de ese éxito se encuentran C. Tangana quién firma 8 de los 11 temas que componen El Mal Querer y El Guincho en la producción.

Rosalía nació para ser artista. De eso no cabe duda. Y después de su sobresaliente debut las expectativas de su nuevo trabajo eran elevadísimas. Pero el adelanto de sus singles era inversamente proporcional a la calidad de su anterior trabajo. Cuando uno escucha «Motomami», «Saoko» o «Chicken Teriyaki» no logra entender cómo después de un álbum como El Mal Querer una artista puede dar un giro tan radical. Canciones superficiales, fruto de la «fast food music» y al servicio del consumo de melodías superfluas y letras repetitivas hasta el aborrecimiento y de un industria que ha perdido el rumbo por completo.

Este viernes por fin hemos podido escuchar el resto de «Motomami» (Sony, 2022) y, afortunadamente, nos hemos llevado una grata sorpresa. Es ahora cuando entendemos lo que ella misma ya había anunciado, que este disco tenía dos caras: la de “moto”, representada por el casco, que encaja con los temas más agresivos, y la de “mami”, que conecta más con la naturaleza (como la propia cantante explicó) y que se vincula con la desnudez de la imagen y con las canciones más sentimentales. Nosotros nos quedamos sin ninguna duda con la segunda. ¿Y cómo es la segunda? Pues una exultante maravilla. Nos quedamos con «Candy», con «G3 N15», con la introducción de sintetizadores vintage, con el juego de distorsiones que llegan a recordarnos lo mejor de Beach House, con esas baladas al piano y una voz pura y limpia como en la exquisita «Hentai» y sobre todo, nos quedamos con «Delirio de Grandeza». Qué belleza. Los pelos como verdaderas escarpias.

Este disco es una especie de amor/odio. Las dos caras de una misma artista. Una de cal y una de arena. Pero en el que sobresale más el producto que la artista. En líneas generales nos esperábamos mucho más y estoy segura que gran parte de sus seguidores eliminarían de un plumazo algunos de los cortes que componen «Motomami». Porque a veces es mejor seguir la estela de lo verdaderamente auténtico que dejarse llevar por lo mal llamado moderno. Resulta curioso el halo de hipocresía que se esconde detrás de la crítica, especialmente la norteamericana, la misma que alaba su trabajo y censura su portada. Y también la falta de personalidad y criterio de aquellos que ven en la mitad de Momami un trabajo «con altura». Esta reseña no pretende ser destructiva, sino que más bien pretende ser un añoro. El añoro de una Rosalía cantando a capella, sin artificios. Un Rosalía con más «delirio de grandeza» que «chicken teriyaki». Que vuelva. Íntegra.

Puntuación: 6/10