Existen artistas que transcienden su forma de arte, que crean obras cuyo poder de evocación rompe las barreras estilísticas y convierte lo rígido en vivo, el color en emoción y el sonido en pura evocación en paisajes llenos de matices y detalles que nos traen sentimientos, olores y formas.

Este el caso de «Carrie & Lowell», de Sufjan Stevens. Una maravillosa burbuja de ensoñación, la familiaridad de recuerdos propios nunca vividos, la atmósfera de un viaje por una carretera de montaña, la de unos niños corriendo por el jardín grabados con una Super 8, la cara de tus abuelos entrando por primera vez en su casa, una joven tapando el objetivo de una cámara con risa avergonzada.

Sonidos que en la novedad de la primera escucha tienen el calor del tema conocido, hilvanando maravillosas melodías con ecos y silencios, la maestría de una ostentación minimalista, la naturalidad del funambulista que exhibe lo imposible como sencillo.
Ni un solo beat corta la capacidad oratoria del universo musical de Sufjan que articula un mensaje nuevo, antiguo y universal vertebrado en un jeroglífico musical impecable.